domingo, 14 de julio de 2013

UN LIBRO, POR EJEMPLO


De parte a parte rotas, como un puente
Baldío, hojas que fueron luz y hoy yacen ciegas,
desprendidas del sueño al que se asían,
bajo el ojo feliz que las juntara.

Germen de un día, qué rebelión urgente
Volcó en el tiempo, en su precario hondón
de constante ruindad.

Las letras, las palabras, rangos perecederos,
Con su luz momentánea, con sus frágiles nudos,
perdidas ya en un rapto de sospechas,
Nada proclaman, ningún deseo fundan,
Envolturas de un aire sin su mundo.

El libro aquel reposa en la madera
Podrida de los años, convive acaso oscuramente
Con el ávido sueño que en su fe se reclina.
Qué movimiento borrascoso
Surge implacable desde el semillero
que se aferra a sus bordes, qué trámites de olvido
reducen a indigencia cuanto fue patrimonio
de un combativo pecho que lo irguió con su vida.

Una mano lo toca y se estremece el tiempo.
Se escucha allá en su fondo el vibrante estupor
de las cautivas hojas impregnadas.
(El libro está viviendo por virtud de esa mano.)
Después, palabra tras palabra,
piedra tras piedra, empieza a derrumbarse.
Ya es un eco en lo oscuro: lentas
sombras lo arrastran, ácidos del vacío
lo contagian de cautelosa herrumbre,
de erosión que primero fue entereza.

Un libro es un amor: un sustantivo mundo.
Lo no existente allí se transfigura.
Y al fin de su codicia es sólo amago
De caduca verdad, barrunto de evidencias,
Reconstrucción de indicios cercenados.
Sólo se salva aquel que ya nació intangible.

Caballero Bonald, José Manuel. Memorias de poco tiempo. Madrid: Cultura Hispánica, 1954.

Gracias a Puri Castro por compartir este poema


Manolo Valdés: Libros IV

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